La anemia es uno de los problemas de salud más frecuentes en el mundo. Según la Organización Mundial de la Salud, afecta a más de 1.600 millones de personas. Aun así, en la práctica diaria muchos pacientes llegan a consulta sin sospechar que la padecen.

La razón es sencilla: los síntomas de la anemia suelen confundirse con el ritmo de vida actual o con otras molestias que consideramos “normales”.

Cuando los síntomas se confunden con la rutina

Es común que un paciente atribuya el cansancio constante al estrés, la falta de aire al sedentarismo o la palidez a un rasgo personal. De este modo, la anemia pasa inadvertida, incluso durante meses.

• El cansancio se atribuye al estrés o a la falta de sueño.
• La falta de aire se relaciona con el sedentarismo.
• La palidez se asume como un rasgo personal.

El cuerpo, además, tiene una gran capacidad de adaptación: el corazón y los pulmones trabajan más intensamente para compensar la falta de oxígeno en la sangre. Eso hace que los signos de anemia aparezcan de manera gradual y que el paciente tarde en reconocerlos.

Existen síntomas más sutiles que muchas veces sorprenden a los pacientes:

• Palpitaciones (el corazón late más rápido).
• Fragilidad en uñas o caída de cabello.
• Ganas frecuentes de comer hielo (pagofagia), un hábito poco común pero relacionado con la anemia por deficiencia de hierro.

Estos signos no siempre significan anemia, pero cuando se presentan de manera persistente merecen una evaluación médica.

La importancia de un descarte temprano

La buena noticia es que la anemia puede diagnosticarse con un análisis de sangre sencillo. Detectarla a tiempo permite iniciar un tratamiento adecuado, mejorar los niveles de energía y prevenir complicaciones.

No se trata de preocuparse de más, sino de prestar atención al propio cuerpo. Si notas alguno de estos signos, vale la pena hacerse un descarte. Es una medida rápida, sencilla y, sobre todo, preventiva.

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